Siempre he creído que pertenezco a otro planeta,
A otra época, a otro lugar distinto al que vivo.
En el cual no existe el pudor, el género o la crítica,
En el cual siempre se hace presente el amor,
El más puro y sincero amor que dos seres vivos se pueden manifestar.
A través de un beso, un abrazo o una simple mirada,
Sin tener una relación interpersonal entre los dos.
En aquel lugar donde siempre se ama a más de una persona al mismo
tiempo,
Donde los celos y la ira son cosas prohibidas por la ley,
Donde solo permanece la risa y el llanto como balance único.
Siempre he creído que pertenezco a ese lugar llamado Zaion,
Donde las almas flotan errantes en los recuerdos de los demás,
Donde las flores viven sobre nubes, y las aves producen voces melódicas
al cantar,
Unas parecen que cantan opera, otras música disco, otras más,
Solo emiten sonidos sordos a los turistas.
Yo creo que vengo de ahí, donde vivía en aquel empinado cerro,
Con su sendero de piedra descuadrada,
Sendero que he de caminar diariamente para llegar al templo principal,
Ahí he de interpretar sueños,
Solo los sueños generados en las tardes de verano.
Si no me crees, cierra tus ojos y abre tu frente,
Para que puedes ver la entrada al Zaion,
Así sabrás que mi locura es cordura,
Y que realmente pertenezco a otro tiempo,
A otra era, a otro mundo.
Entenderás que solo soy un eremita en tu tierra,
Agitando mi rosario con 108 nombres,
Esperando a que un día, se abra de nuevo esa puerta esmeralda,
Y pueda regresar a mi pueblo victorioso.
Mientras tanto he seguir aquí,
Esperando siempre frente al mar,
Esperanzado siempre cantando: “No soy de aquí, ni soy de allá”.
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